domingo, 20 de junio de 2010

Probablemente

Hola, tú no me conoces. Yo, probablemente, a ti tampoco. Justamente empiezo esta carta, como tantas otras, en busca de algo que tengo dentro, y que aún no sé si quiero sacar. La mayoría de la gente dice que tú eres el que me salvará. El que cogerá todos mis miedos, mis preocupaciones y los hará desaparecer con un simple gesto. Ni siquiera eso. Simplemente bastará una palabra tuya para salvarme. Pero no te conozco. Pero no sé por qué ayer bajé a la panadería y vi tu imagen en pasteles, en una señora con el bigote manchado de chocolate que sonreía, a través de la ventana, entre la gente que pasaba, se paraba ante el escaparate y se decidía enérgicamente a salir corriendo. No sé por qué cuando llegué a casa, abatida por haber sido capaz de verte en todo menos en mí, empecé a reír a carcajadas. Ya no pensé en quién o qué me salvaría. Porque todo en mi mente se había vuelto blanco, inocente, despiadado e inconsciente. Tú no me conoces, pero la mayoría de la gente dice que tú eres el que me buscará. El que hará que los días se vuelvan trágicos y las noches dulces. Los besos desenfadados y las pasiones, inventarios. Reí y exhalé durante unos segundos, solo unos pocos. Te lo cuento todo porque ya sé que te está costando encontrar el futuro. Y que a veces, saber lo que nos espera, es injusto. Pero ¿sabes qué? Tú no me conoces. Yo, probablemente, a ti sí. No ignoro todo aquello que sé, me llevará a ti. Conozco, como por lógica filosófica, tus maneras, sé que una vez fumaste un cigarrillo en el patio del colegio, sé que agarraste las manos de tu primera novia con fuerza cuando hacía frío, sé que te dejaste el pelo largo hace unos años, que removías la taza de café cada vez que ibas a beber un solo sorbo, solo por si acaso, y por supuesto, sé que nunca, nunca, nunca, pensarías que me conoces.


jueves, 17 de junio de 2010

Other people

Por Neil Gaiman

“Aquí el tiempo es fluido”, dijo el demonio.

Apenas lo vio supo que era un demonio. Lo supo, así como supo que ese lugar era el infierno. No podían ser otra cosa.

La habitación era larga, y el demonio esperaba al final al lado de un brasero humeante. De las paredes color gris-roca colgaban una multitud de objetos, del tipo de objetos que no es astuto ni tranquilizante examinar más de cerca. El techo era bajo, el piso extrañamente insubstancial.

“Acérquese”, dijo el demonio, y él lo hizo.

El demonio estaba desnudo y flaco como una escoba. Tenía cicatrices profundas y parecía haber sido desollado en un pasado distante. No tenía orejas, ni sexo. Sus labios eran delgados y ascéticos, y sus ojos eran ojos de demonio: habían visto demasiado, habían ido demasiado lejos, y bajo su mirada se sentía menos importante que una mosca.

“¿Qué sigue ahora?” Preguntó.

“Ahora”, dijo el demonio, en una voz que no cargaba angustia ni satisfacción alguna sino tan sólo una espantosa y plana resignación, “será torturado”.

“¿Por cuanto tiempo?”

El demonio negó con la cabeza y no contestó. Caminó lentamente al lado de la pared, mirando el primero de los objetos colgados, luego el siguiente. Al final de la pared, al lado de la puerta cerrada, estaba un látigo de nueve correas que terminaba en púas de metal. El demonio lo agarró con su mano de tres dedos y, cargándolo con reverencia, camino de vuelta. Puso las puntas el látigo en el brasero y las miró mientras empezaban a calentarse.

“Eso es inhumano.”

“Si.”

Las puntas del látigo brillaban con un naranja mortecino.

Mientras levantaba la mano para dar el primer golpe, el demonio dijo, “Con el tiempo recordará este momento con aprecio.”

“Usted es un mentiroso.”

“No,” dijo el demonio. “La siguiente parte,” explicó justo cuando bajaba el látigo, “es peor”.

Entonces las púas del látigo aterrizaron sobre su espalda traqueando y silbando, rasgando a través de la ropa lujosa, quemando y destrozando y desgarrando con cada golpe y entonces -no sería la última vez que lo hiciera en ese lugar- gritó.

Había doscientos once implementos en las paredes de esa habitación, y en el tiempo justo iba a experimentar todos y cada uno de ellos.

Cuando, finalmente, la Hija del Lazareno, que había llegado a conocer íntimamente, había sido limpiada y puesta de nuevo en la posición doscientos once, entonces, a través de sus labios arruinados, exclamó, “¿Ahora qué?”

“Ahora,” dijo el demonio, “El verdadero dolor comienza”.

Y comenzó.

Todo lo que había hecho que habría sido mejor dejar sin hacer. Cada mentira que había dicho –a si mismo, o a otros. Cada pequeño dolor, y todos los grandes dolores. Cada uno le fue sacado, detalle a detalle, centímetro a centímetro. El demonio desnudó la cubierta de olvido, desnudó todo hasta la verdad, y dolió más que cualquier cosa.

“Dígame lo que pensó mientras ella salía por la puerta.” Preguntó el demonio.

“Pensé que mi corazón estaba roto”

“No,” dijo el demonio, fijando sin odio sus ojos inexpresivos, “no lo hizo.” y él tuvo que desviar su mirada.

“Pensé: ahora nunca sabrá que me he estado acostando con su hermana.”

El demonio desbarató su vida, momento a momento, instante a espantoso instante. Tal vez duró cien años, o mil –En esa habitación gris, tenían todo el tiempo que ha existido- y llegando al final comprendió que el demonio había tenido razón. La tortura física había sido mejor.

Y terminó.

Y una vez terminó, empezó de nuevo. Ahora con un autoconocimiento que no había estado ahí la primera vez y que de alguna manera hacía que todo fuera peor.

Ahora, mientras hablaba, se odiaba a si mismo. No había mentiras, ni evasiones, no había espacio para nada excepto el dolor y la rabia.

Habló, ya no lloriqueó. Y cuando terminó, mil años después, rogó que el demonio fuera a la pared, y trajera el cuchillo de desollar, o la pera de la angustia, o los tornillos.

“De nuevo,” dijo el demonio.

Él empezó a gritar, gritó por un largo rato.

Cuando terminó de gritar, el demonio dijo “De nuevo,” como si nada se hubiera dicho.

Era como pelar una cebolla. Esta vez mientras recorría su vida aprendió sobre las consecuencias. Se enteró de los resultados de las cosas que había hecho; cosas que no había visto mientras las hacía; las formas en las que había lastimado al mundo; el daño que había hecho a gente que nunca había conocido, o visto, o encontrado. Fue la lección más dura hasta entonces.

Mil años después el demonio dijo: “De nuevo”.

Él se acurrucó en el piso, al lado del brasero, meciéndose lentamente, con los ojos cerrados y contó la historia de su vida, volviéndola a experimentar mientras la contaba, desde el nacimiento hasta la muerte, sin cambiar nada, sin dejar nada por fuera, enfrentándolo todo. Abrió su corazón.

Cuando terminó, siguió allí sentado, los ojos cerrados, esperando que la voz dijera, “De nuevo,” pero nadie dijo nada. Abrió sus ojos.

Lentamente se levantó. Estaba solo.

Al otro extremo de la habitación, había una puerta, y mientras la miraba, se abrió.

Un hombre entró a través de la puerta. Había terror en el rostro de ese hombre, y arrogancia, y orgullo. El hombre, que usaba ropa lujosa, dio varios pasos dudosos en la habitación y luego se detuvo.

Cuando vio al hombre, comprendió.

“Aquí el tiempo es fluido,” le dijo al recién llegado.

lunes, 14 de junio de 2010

¿A cuál elegimos?


Esta chica, llamada Crystal Renn, es una de las pocas supermodelos talla XL del mundo. Esa de la foto izquierda es la misma que la de la foto derecha, solo que aquella con una talla 34 y la otra, con una feliz, según ella misma afirma, 42.
Su historia, en cierto modo, está vinculada a todas nosotras, en algún momento de nuestra vida en el que sentimos que el peso pesa más (valga la redundancia) que las propias ideas, la elegancia y los sentimientos. La moraleja de esto no es que todas nos pongamos a comer para alcanzar una talla 42 (a mí tampoco me hace falta, porque ya la tengo) sino que si no estás contenta con tu cuerpo debes poner remedio. No tienes por qué sentirte infeliz estando gorda, y tampoco, como en el caso de Crystal, siendo delgada.
Y qué queréis que os diga, personalmente no cambio mi buena chuleta por un verdura cruda y bebidas light. Ale, y que aproveche.

miércoles, 9 de junio de 2010

Mi idolatrada felatriz

Por Fernando Arrabal


Sí, es una depravación que te lama tu falo.
Sí, es un horror que mis principios quebrante.
Sí, es una guarrería que te chupe el meato.
Sí, es una incongruencia que por amor lo haga.
Sí, es una insalubridad que me trague tu esperma.
Sí, es una aberración que a tu sexo me incline.
Sí, es una debilidad que libre me someta.
Sí, es un sacrificio de saliva y de alma.
Sí, es una contradicción sofocarme de amor.
Sí, es un desatino que a tu vientre me pliegue.
Sí, es una inmoralidad que me coma tu sable.
Sí, es un disparate que mi boca sea coño.
Sí, es un gran pecado que incluso Dios condena
…por los siglos de los siglos.

Me gusta ser eterna para tu tiempo y tu celo.
Me gusta ser estrecha en mi nicho de senos.
Me gusta irrumpir con un dedo en tu ano.
Me gusta preceder tus ganas más perversas.
Me gusta babearte mientras tus bolos sobo.
Me gusta succionar inmóvil “à pleine bouche”.
Me gusta ser tu droga del mundo más inmundo.
Me gusta que mi culo sea cacho de tu cielo.
Me gusta que a mi cuerpo le dictes tu capricho.
Me gusta que mi lengua se cubra de pimienta.
Me gusta que en mi boca te cune mi adentro.
Me gusta que me plantes tu cuchillo en mi velo.
Me gusta provocar la explosión de tu zumo
… por los siglos de los siglos.


Me siento realzada cuando a tu sexo bajo.
Me veo deseada cuando tu daga enardezco.
Me juzgo disoluta por mi ritmo lascivo.
Me place que dirijas mi nuca con tus manos.
Me hago mariposa con tu músculo en fiebre.
Me encanta la impudicia de besarlo sin fin.
Me llena corromperme para atizar tu vicio.
Me priva encanallarme con tu flor en mi glotis.
Me chifla rebañar lo negro de tu pozo.
Me excita regularme por regla de tu éxtasis.
Me enloquece fumar con tu filtro de amor
…por los siglos de los siglos.

Tu mazo rezumando… ya tocas campanilla.
Mis labios le menean… ya vives en la gloria.
Envuelto por mi frote… ya visionas edenes.
Trenzado de caricias… ya sueñas imposibles.
Palpitando animal… ya vuelas al nirvana.
Por el cielo de boca… ya corres al misterio.
A mi cara penetras… ya cautivas la imagen.
En espera del éxtasis…ya lo pospones siempre.
Tu cola es lo primero… ya tiembla el universo.
Las lágrimas de gozo… ya llegan gota a gota.
Tu rocío de néctar… ya riega mi garganta.
Comulgamos unidos… a dos y para siempre
… por los siglos de los siglos.

jueves, 3 de junio de 2010

historias de un tren


El día de su cumpleaños no terminó exactamente como ella quería. Era una pena que no pudiese hablarle, ni verle. Así que se fue a dormir y tuvo un sueño de esos que se recuerdan perfectamente, de los que por mucho que te despiertes con un sobresalto vives durante todo el día.
En el sueño iba en el tren y de repente en la primera parada del trayecto, vio su cara. Nítida, seria. Fue una suerte ir en la parte trasera del vagón. Empezó a saludar con la mano como si le fuese la vida en ello, gritándole con palabras que no salían de su boca. Él miró y empezó a sonreir y a saludar, el tren se movía, era como revivir la despedida incierta del último día que se vieron, una vez más. De repente el tren se paró. Ahora, ella, pálida comenzó a reflexionar acerca de seguir sus impulsos y bajarse del tren, abrazarlo, besarlo (por qué no) y olerlo. Pero su historia, la de ellos dos, y su ilusión se habían acabado hacía tiempo. Así que justo cuando estaba en la puerta dispuesta a salir, las puertas se cerraron y con ella toda esperanza de volver a verle, el tren empezó a moverse. Entonces...

Le vio.


él corría como si no hubiese asfalto sobre el que caerse, flotando hasta llegar al tren, con la sonrisa aún en la cara. Los cristales del tren quisieron romperse hasta hacerse diamantes sobre el apeadero de aquella ciudad. Pero no lo hicieron. Ella no tuvo más remedio que sentarse en el tren con la cara de abatimiento, esperando despertarse del sueño.



Cuando despertó, todavía era el día de su cumpleaños, hizo una foto con el móvil y la puso de fondo, para inmortalizar ese día. Para saber que todos los días serían ese. Para no abandonarle nunca más.